top of page

¡COMBATIR A LA CORRUPCIÓN! ¡SÍ! PERO…¿CON ALQUIMIA Y PALABRAS MÁGICAS?

  • owenvalencia20
  • 5 mar
  • 7 Min. de lectura

Por Luis Alberto Pacheco Mandujano[1]

 

 

En el calendario de los saludos a la bandera, fue el 9 de diciembre de 2005 que entró en vigor la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción que la Asamblea General había aprobado el 31 de octubre de 2003.

 

ree

El objetivo de dicha Convención ha sido, desde su origen, tal como se lee en el portal electrónico de la ONU,[2] “establecer políticas, sistemas y medidas para que las personas puedan alzar la voz y decir no a la corrupción”, así como “implementar medidas efectivas de protección a los denunciantes, para así garantizar que los mismos estén protegidos contra cualquier posible represalia”, medidas que, según Naciones Unidas, “contribuyen a que las instituciones sean eficaces, responsables y transparentes, y a que haya una cultura de integridad y equidad”.

 

¿Cuándo fue que la ONU se convirtió en el pelmazo institucional y políticamente correcto, además de revelarse como una entidad de apariencia ananeuronal que, repitiendo discursos íntegramente consagrados a lugares comunes que ofenden la inteligencia, gasta millones de dólares en naderías que, pudiendo haber sido bien invertidos en hechos concretos, no sólo no enfrentan verdaderamente los problemas que dicho organismo “aborda”, sino que no solucionan absolutamente nada? ¿Cuándo, por el amor de Dios?

 

Para Naciones Unidas enfrentar (no se sabe si también combatir) a la corrupción, según se puede apreciar, pasa por dos líneas: uno, que la gente, masivamente, “levante su voz de protesta” contra la corrupción; y, dos, echar mano del sistema penal, no para procesar a los denunciados por corrupción, sino para “proteger” a los denunciantes. Increíble. Sencillamente, increíble.

 

Pensar que “la voz de la protesta” combatirá a la corrupción no es característica de ingenuos; es actitud de oligofrénicos. Y creer fervorosamente que con el Derecho penal que crea nuevas formas criminales y eleva estratosféricamente las penas para los delitos de corrupción, se eliminará el problema de marras, es equivalente a figurarse que el Covid-19 será extinguido con las vacunas que la OMS nos obligó a ponernos. Se trata de un entusiasmo de imbéciles.

 

Un fantasma recorre el mundo, sin duda. Mas no se trata del fantasma del comunismo decimonónico; es el fantasma de la estulticia preñada, naturalmente, de insensatez. Es un fantasma ya materializado, así en la administración pública de los países en vías de desarrollo como en los organismos supranacionales. En ambos casos, entidades asaltadas por seres humanos de testas jibarizadas. ¡De terror!

 

La corrupción no es objeto de protesta social, porque la protesta social no es la revolución social que riega el fuego purificador. Tampoco es substancia del Derecho penal, porque, por el contrario, es efecto final de un proceso multicausal sumamente complejo, de espesura y consistencia atrabiliaria, que es atravesado por vectores variopintos que combinan en vacío la ausencia de cultura, educación, institucionalidad, civismo, salud mental, consciencia social y hasta credo religioso. Mejor dicho, la corrupción es producto de la incultura, de la deseducación, de la inexistencia de institucionalidad, de la ausencia de civismo, de una depreciada salud mental, de una inconsciencia social y, aunque no lo parezca, de un cada vez mayor alejamiento de nociones axiológicas provenientes de la natural religiosidad humana. En este crisol de vacíos se funde y concreta una realidad no grisácea sino opaca: la realidad de la corrupción.

 

El nocivo fenómeno que nos ocupa, la corrupción, no se combate alzando el volumen de la protesta. ¿Es que realmente alguien puede creer que los corruptos van a sucumbir ante los gritos de una oclocracia envalentonada? ¡Por favor! ¡Si los mismos corruptos, muchos de los cuales ni siquiera se perciben como tales (porque esa es la naturaleza del corrupto), siempre están presentes en la protesta social “rechazando” la corrupción! Y a todo ello se suma el hecho de que los delincuentes de toda estirpe, y sobre todo aquellos manifiestamente portadores de alguna clase de psicopatía (que son la mayoría actual), no le temen a la cárcel.

 

En consecuencia, se pueden elevar las penas todo lo que nuestros ilustres “legisladores” quieran; pueden duplicar el plazo de prescripción para los casos de corrupción; incluso pueden proclamarlos como “manifestaciones especiales” de crímenes de lesa humanidad, tal como algunos pocosesos han propuesto; finalmente nada de ello intimidará a los delincuentes de cuello y corbata ni a los corruptos de bagatelas. La cosa, en definitiva, no va por estos caminos. Pero los epígonos de la insensatez que nos gobierna insisten en que esas son las vías adecuadas para enfrentar y combatir a la corrupción. ¡Qué escasez de ideas, qué adarme cerebral más patético!

 

Los verdaderos estadistas de un verdadero Estado de Derecho estarían administrando en este momento, desde hace buen rato, políticas públicas surgidas a partir de una evaluación previamente aplicada al caso peruano que, entroncado el contexto mundial, exhibiese las causas centrales que auspician y propician el detestable fenómeno de la corrupción. Únicamente desde esta base sería posible atacar hasta eliminar, minimizar o neutralizar los actos de corrupción en el país, a mediano y largo plazo. ¿Por qué no se hace esto? La respuesta es simple: no se hace porque no se quiere combatir realmente la corrupción, pues si ello fuera así terminaría autofagocitando a los propios impulsores de dicho pseudo-combate. Por eso es necesario seguir manteniendo las políticas de la apariencia basadas en las sugerencias de Naciones Unidas: movilizaciones callejeras donde las mesnadas griten, a todo pulmón, “¡no más corrupción!”. Con ello se habrá “resuelto” el problema. Las consciencias de los think tanks del establishment políticamente correcto sentirán que “han hecho su trabajo”. ¿Qué diferencia a esta gente de aquella otra que cree que las sequías se solucionan sacando en andas a San Isidro Labrador, paseándolo en medio de rezos y cánticos “solucionadores” de la escasez de lluvias? La diferencia es de clase social entre aquéllos y éstos; por lo demás, son idénticos como dos gotas de agua.

 

Y, claro, como ninguna de estas soserías solucionará el problema, lo seguiremos sufriendo y cada vez más enquistado y enraizado en el tejido social; pero, por supuesto, esto no es gratuito: he aquí que se hace presente el beneficio de contar siempre con el pretexto adecuado que sirve para disimular tras las “acciones” impulsadas por la ONU un hecho concreto: “avanzar hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ayudar a proteger nuestro planeta y crear empleos, favorecer la igualdad de género y garantizar un mayor acceso a servicios esenciales como la salud y la educación”. ¡Taraaán! ¡Aquí está! ¡Damas y caballeros, con ustedes, la famosa Agenda 20-30!

 

La Agenda 20-30, esa perversa creación del establishment políticamente correcto que el orden mundial está imponiendo al mundo a fuerza de adormecimientos culturales y martillazos intelectuales. La Agenda 20-30, la más grande creación que la corrupción jamás antes en la historia pudo concebir. La Agenda 20-30, el instrumento con el que las Naciones Unidas gravan a los países del mundo entero, subordinándolos como esclavos de la distopia hacia la que avanzamos, con el cuento de la protección al planeta, el desarrollo sostenible, la creación de empleos, el acceso a los servicios esenciales de salud, justicia y educación y, ¡cómo no, no podía faltar!, “favorecer la igualdad de género”, ese engendro con el que se ha hecho creer a millones de personas en el mundo que los seres humanos nos diferenciamos por “géneros”, cuando lo cierto es que el único género al que correspondemos en la taxonomía biológica es el género humano perteneciente a la especie “sapiens” (lo cual, en vista de lo que vivimos, hay que poner en necesaria duda).

 

Desde el punto de vista etimológico, el substantivo corrupción proviene del latín corruptio que, a su vez, surge de la unión de los términos latinos con que significa “junto” y rumpere que supone el acto de “romper” o “hacer añicos”. Por el término corruptio, pues, se entiende a la acción y efecto de depravar, echar a perder, pervertir, dañar o, centralmente, putrefactar el alma. Y eso es lo que la corrupción internacional ha hecho, con la colaboración de la corrupción nacional: ha putrefactado no sólo el alma humana sino también todo lo que ha podido tocar a su paso.

 

Desde que hace poco más de 20 años se inició en el orbe el proceso de normalización de lo anormal (Durkheim), el mismo que se extiende hasta hoy. Por él es que encontramos una hedionda putrefacción que, siendo purulenta y ulcerosa, ha sido esparcida por doquier, y donde lo más asqueroso, a la vez que ridículo, del asunto se encuentra en el aciago espectáculo que ofrecen los corruptos “denunciando” a otros corruptos. Piénsese en un Trump o en un Biden despotricando de la corrupción. ¡En un Vizcarra, denunciando la corrupción de los Fujimori! ¡Piénsese en Gorriti y sus acólitos “progres”!

 

Los “progres”, esa especie de parásitos que no sólo se benefician de su huésped (el Estado) sino que al final lo destruyen. Piénsese en ellos “combatiendo” a la corrupción desde sus programas de radio y televisión, desde sus fiscalías “especializadas” y desde sus juzgados “anticorrupción”. La podredumbre hablando de hediondez.

 

Cuándo fue que el orden natural se alteró y comenzó a llover para arriba. Poco más de 20 años hace. Me parece. Y hoy ya no sorprende. Por eso tenemos lo que tenemos… Por ejemplo, una Delia Espinoza fungiendo de “garante de la legalidad”, una militante de la izquierda como Janet Tello y su “amigue” Elvia Barrios, integrante del clan “Las hermanitas Barrios”, como presidente de la Corte Suprema de la República. Un Jorge Salas Arenas, el otrora militante puka que como abogado defendía por consciencia a senderistas y como juez de la Corte Suprema los liberaba beneficiándoles con la figura de la prescripción de la acción penal. ¡Ave María Purísima! ¿En verdad podemos creer que estos están “luchando” contra la corrupción? Hay que ser bien cojudo para creerse el cuento.

 

¡Propongo que volvamos a la sensatez y, desde ella, combatamos no sólo la corrupción sino, sobre todo, al summum de los males sociales que la causan, y a todos los criminales que representan esa miasma hedorosa que nos agobia! ¿Es posible hacerlo? ¡Por supuesto que sí es posible!

 

¡Sensatos de todos los pueblos, uníos!

 

 _____________________________________________________________________________________



[1]     Abogado. Doctor honoris causa por la UNAM [México, 2020], Facultad Interamericana de Litigación - UBIA [México, 2017] y por la Universidad Ada Byron [2013]. Magister iuris constitutionalis por la Universidad de Castilla - La Mancha [España, 2016]. Profesor de Filosofía del Derecho y Derecho Penal en las Escuelas de Posgrado de las Universidades de San Martín de Porres y Hermilio Valdizán de Huánuco. Presidente del Instituto Peruano de Estudios de Derecho Penal [2013-2014], Miembro y Docente Honorario del Instituto Latinoamericano de Derecho [Guayaquil, 2007], Consejero y Miembro Asociado de la Sociedad Peruana de Derecho [Lima, 2010], Membresía Internacional de la “Sociedad internacional de intelectuales sartreanos en defensa de la humanidad” [Bogotá, 2007].

 

[2]     Sic. https://www.un.org/es/observances/anti-corruption-day, consultada el 04 de marzo de 2025.

bottom of page